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Vuelvo a la educación. Y me pregunto por qué nos cuesta tanto aceptar que, incluso con la mejor intención, no siempre hacemos las cosas bien.

Me preocupa lo mucho que nos molesta, incluso nos ofende, que se nos pidan propuestas de mejora, como si lo hiciéramos tan bien que fuera imposible mejorar. Es verdad que en muchas ocasiones hemos puesto trabajo y esfuerzo, hasta más del exigible, pero los resultados no son los esperados. ¿Tan difícil es entender que si no hemos llegado a donde debíamos (que nuestro alumnado aprenda), sean cuales sean las causas, tenemos que modificar algo? Pedir propuestas de mejora no es culparnos de los suspensos, es reconocernos como rectores del proceso educativo: lo dirigimos y no hay una única forma de hacerlo. Si una no funciona todo lo bien que se requiere, habrá que probar otra.

Sé de sobra que la otra parte, nuestros alumnos, también tienen que hacer algo. Que si quieren aprender tienen que estudiar. Pocas cosas se aprenden si uno no pone atención y esfuerzo. Pero, incluso para que ellos hagan lo suyo, a veces es necesario que nosotros intervengamos y desde luego no haciendo el pino, como se escucha tantas veces.

¿Por qué la palabra motivación levanta sarpullidos? Algunos no la necesitan, la traen de serie cuando nos llegan, y con ellos (más veces ellas) disfrutamos. Aprenden incluso a pesar nuestro, cuando nos centramos en los otros y apenas les prestamos la atención que haría que alcanzaran la excelencia.

A otros, para desgracia nestra, (y suya) no les gusta la escuela. No digo que no les guste aprender, porque no creo que sea cierto. No les gusta aprender lo que queremos enseñarles, no les interesa. Para una parte de nuestro alumnado esta escuela tan academicista no es adecuada. Para ellos son necesarias las técnicas de motivación. ¿Seguro que las estrategias que usamos son las únicas posibles? ¿Las mejores?

Nos gustaría seleccionar al alumnado, enseñar sólo a los que quieren aprender con nuestros métodos. Pero somos profesores y profesoras de la escuela pública y nuestra función es enseñar a todos. Las condiciones las marca la administración educativa, con las leyes vigentes, que nos pueden gustar más o menos, pero son las que hay. Y si no queremos aceptarlas, no es obligatorio estar aquí.

Nos molesta que el servicio de inspección tenga el encargo de conseguir que los centros mejoremos los resultados académicos. ¿Cuál otra debería ser su función, aparte de que se cumplan las leyes?

Los objetivos marcados por la Comunidad Europea están claros, y estamos lejos de conseguirlos. ¿Nos acercaremos a ellos con palmaditas en la espalda si tenemos casi la mitad del alumnado en condiciones de repetir curso?

Hay más de una forma de ver las cosas. He aquí una muestra: