La pandemia ha marcado un antes y un después para muchas cosas, unas para bien y otras para mal.
Un ejemplo: me parece bien que la Seguridad Social haya descubierto que hay trámites burocráticos (actualizar recetas en tratamientos crónicos p.e.) que se pueden realizar por teléfono sin menoscabo del servicio que se presta, antes al contrario, facilitándolo. Pero no me parece tan bien, siguiendo con el mismo caso, que el acceso al médico o la médica de cabecera se haya dificultado tanto que obliga a muchos pacientes a acudir a las urgencias hospitalarias.
Uno de esos casos no tan buenos quiero comentar hoy.
El Centro Social en el que gracias a una asociación de mujeres hago pilates, antes de la pandemia abría a las 9 de la mañana, hora en la que sus funcionarios, hombres y mujeres, se incorporaban a su labor, aunque no comenzaran a atender al público ni se hicieran actividades organizadas (como pilates) hasta las nueve y media. Pero se podía ir haciendo gestiones digitales en la máquina del paro o sentarse a esperar.
Después de la pandemia, en la actualidad (la foto es de la semana pasada), el horario de trabajo del personal del centro es el mismo, comienza a las nueve, pero el centro no se abre hasta las nueve y media. Eso en teoría porque algún día llega a abrir sus puertas hasta cinco minutos más tarde (el día de la foto eran las nueve y treinta y tres). Y no importa que haga frío, llueva o ventee, hay que esperar pacientemente.
¿A que parece una tontería? Pues les aseguro que ver a personas muy mayores o con malas condiciones físicas esperando ante una puerta sin que ya haya razones para mantenerla cerrada no es agradable. Y perder minutos de una actividad física que se necesita, tampoco. Y ¡qué poco costaría hacer la vida más fácil y no perjudicar la imagen del funcionariado! Seguro que se imaginan los comentarios durante la espera.