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70 años. Mirando hacia atrás

El pasado16 de septiembre hizo 70 años de la llegada de los primeros colonos a lo que años más tarde sería Guadalcacín, uno de los muchos pueblos o poblados de colonización que el franquismo construyó sobre fincas improductivas prometiendo, a quienes en en la mayoría de las ocasiones se vieron obligados a aceptar, una vida mejor.

Así se vendía el proyecto:

https://youtu.be/bdeF-6Mqcg8

De la realidad me hablaba Angelita hace tiempo y lo conté aquí. Merece la pena leerse si se tiene algún interés por conocer cómo se vieron obligados, y más obligadas, a vivir.

El sábado 17 de septiembre, sólo un día después de cumplirse los setenta años de aquella llegada, se celebró en Guadalcacín un sencillo pero muy emotivo homenaje a aquellas personas que fueron la semilla, los precursores de lo que hoy es un pueblo de casi seis mil habitantes con infraestructuras y servicios que para sí quisieran pueblos más grandes, que no se hubieran conseguido sin el esfuerzo compartido y la buena gestión realizada por los alcaldes y alcaldesa (solo una, la actual) de la democracia.

El acto, presidido por la alcaldesa, fue conducido por el técnico del ayuntamiento e historiador Julian Oslé cuya emocionada y emocionante presentación quiero reproducir aquí:

FELIZ CUMPLEAÑOS, COLONOS

Hoy celebramos el aniversario de una verdadera hazaña, la protagonizada por la gente, personas humildes que llegaron con su equipaje lleno de ilusión en una España pobre que salía adelante como podía después una terrible catástrofe, después de una guerra, a una tierra baldía, metidos en unos infames barracones, con frío, con hambre, sin luz, sin nada… ¡No!, sin nada no, con sus manos de trabajadores, con sus almas de niños yunteros, que tan bien describió el poeta Miguel Hernández:

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Pero estas mujeres y hombres que hoy homenajeamos en el 70 aniversario de haber llegado al fango, se quitaron el yugo que los castigaba, se levantaron con sus manos y sus arados, e hicieron posible lo que nadie iba a hacer por ellos, ser libres, dejar de ser pobres y vivir con la dignidad que nunca dejaron de tener.

El monolito descubierto y la alcaldesa, Nieves Mendoza

El monolito en el que se inserta la placa que recuerda y homenajea a aquellos esforzados colonos es una reproducción de los que existían en toda la demarcación informando de que se estaba en zona de colonización.

El segundo video, que con imágenes de personas y faenas de aquel tiempo nos recordaba la película Los santos inocentes, se nos hizo menos dramático con la bonita voz de Ana Mary Martínez entonando con sentimiento canciones de la época (Por el camino verde, Angelitos negros, …)

A esta entrada le falta un video de los que se exhibieron en el acto en el que hijas e hijos de aquellos colonos, y el mayoral, funcionario del IRIDA ya jubilado, recuerdan aquellos primeros años. Tan pronto como disponga de él actualizaré el post.

Una mujer con mucho coraje

La palabra coraje que figura en el título de esta entrada tiene doble significado: 1) valor y  2) irritación, ira. Los dos son aplicables a la mujer de la que hablo.

 

Nos conocemos desde hace más cuarenta años. Esta mañana nos hemos encontrado en la peluquería, donde también estaban otras mujeres con las que ella había compartido experiencias y trabajos muy duros de los primeros años de su vida en un poblado de colonización, Guadalcacín, siendo ellas niñas de diez o doce años.

No le gusta, dice,  hablar de aquellos tiempos, que por fortuna ya se pasaron, porque cuando refiere cosas de entonces a quienes no las han vivido no la creen. ¿Cómo va a ser verdad que cocinaran con boñigas de vaca? ¿Que anduvieran diez o doce kilómetros para llegar al lugar de trabajo, echar la jornada y luego volver? ¿Que pasaran el día con un trozo de pan, unas papas y una sardina arenque que llevaban en una fiambrera de aluminio, que entonces no había tapes?  ¿Que teniendo una parcela para cultivar tuvieran que trabajar fuera para poder malcomer? ¿Que no pudieran sembrar lo que quisieran, que la mayor parte de lo que recogían se lo llevara el Instituto*? ¿Que muchas veces el mayoral o el perito habían aforado mal y no les quedaba apenas nada de lo obtenido con tantos sudores?

Pero algunas cosas que escucha a veces la encienden y no se puede callar. Por eso ya no suele asistir a reuniones o actos en los que se habla de aquellos tiempos y se edulcoran las muchas penalidades que se vieron obligados, y más aún obligadas, a pasar.

Una de las cosas que más la encorajina es que haya quien diga que Franco les dio una casa y una parcela, porque no es verdad: lo que les entregaron para el cultivo de la tierra al llegar lo pagaron con creces, y lo sufrieron:

  • Recibieron una vaca y entregaron la primera ternera que parió.
  • Tenían que sembrar lo que el Instituto decía, y controlaba a través de sus funcionarios. A veces se atrevían a sembrar algo distinto, en medio de lo ordenado de forma que no se viera, porque se jugaban el tipo.
  • Cuando el cultivo estaba en sazón, el mayoral o los peritos aforaban (sic) la cosecha (calculaban a ojo cuánto se iba a recoger), generalmente por alto, para quedar bien con el instituto, dice, y luego de cada tres partes de lo aforado, dos había que entregarlas quedándose el colono con una**. Si no se recolectaba tanto como habían aforado quien se quedaba con menos era el colono. Sin posibilidad de reclamar. No cuesta trabajo imaginarse, en aquel tiempo en el todo se movía por influencias y conocimientos personales, por caer en gracia o en desgracia a la persona influyente, los casos de corruptelas y pequeñas venganzas que podían sumir a las familias en la más absoluta miseria.
  • Y al final, para que la casa y la parcela fueran suyas legalmente, todavía tuvieron que pagar. Nadie les dio nada.
  • No fueron a la escuela, al principio no la había y después había demasiado trabajo para las niñas en casa y en el campo. Cuando personas bienpensantes y mal enteradas (o puede que interesadas) hablan de lo mucho que aportó el Instituto a las familias de los colonos, cómo mejoró su vida respecto a la que habrían tenido en sus pueblos de origen, ella les contesta muy enfadada que todas sus primas que se quedaron allí aprendieron a leer y escribir de niñas y ella no.
  • Llegó la Sección Femenina (ya no eran niñas) y en vez de enseñarles a leer les enseñó a hacer ropa para los niños: Claro, como que para eso nos querían a las mujeres para que pariéramos hijos que trabajaran para ellos. 
  • El Instituto, a través de sus funcionarios, lo controlaba todo, y no sólo en las parcelas. Costumbres y moral eran una obsesión del régimen: llevaban registro de todo lo que sucedía, desde las infidelidades matrimoniales o las intimidades de los noviazgos a las asistencias a misa o la forma de pensar y actuar de las maestras.
  • Cuando se abrió la clase de adultos  mi interlocutora fue la primera en apuntarse, aunque a sus cuarenta y cinco años tenía a su cargo a sus cinco hijos y el bar que llevaba su marido en el que cocina y limpieza eran su responsabilidad. Y aprendió a leer y a escribir, de lo que se siente muy orgullosa.

Sé que son muchas las mujeres nacidas entre los años veinte y cuarenta del pasado siglo cuyo coraje las hace merecedoras de la admiración y el respeto que no se les suele ofrecer. Pero destaco hoy a Ángeles porque además de afrontar la dureza de su vida y sacar adelante a su familia, mantuvo la capacidad crítica que su padre le inculcó y su deseo de mejora personal, de aprender más tarde lo que no pudo en su infancia.

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*Instituto Nacional de Colonización

** Realmente era el 60% para el INC y el 40% para el colono

Este video, al que llegué gracias a Sonia, de Vacas y Ratones, es una muestra de lo bien que funcionaba la propaganda en el régimen franquista. Cómo se vendía la colonización de los campos: todo eran ventajas. Que se lo cuenten a quienes la sufrieron.